El vigoroso itinerario laboral del beltranense Chula Ignazi: INTA Alto Valle, Ente Provincial del Río Colorado, ministerio de Agricultura y, Ente de Fruticultura

Apoyándose en una amalgama de conocimientos adquiridos al lado de su mamá Mercedes y su papá Damiano en la chacra de la isla de Choele Choel, más estudios posteriores, Arnaldo «Chula» Ignazi hizo un recorrido casi único en los Valles rionegrinos, interviniendo en experiencias desafiantes y sumándose a entusiastas proyectos vinculados en forma íntima con la chacra patagónica. En el inicio de los ’70, se transformó en colaborador de los ingenieros agrónomos Julio Tiscornia y Héctor Castro en el INTA Alto Valle. Luego, trabajó codo a codo con otro beltranense, el ingeniero Federico Witkowski, en el proyecto vivero frutal del Ente Provincial del Río Colorado.

A mediados de los ’70, como integrante de la Asociación Cooperadora INTA Alto Valle, desarrolló cultivos de alfalfa, frutales de pepita y carozo, viñedos comerciales, viveros de salicáceas, cultivo de tomate para la producción de semillas y extracción de estacas de vid. Luego, en los primeros años de la década del ’80, volvió a su pueblo y desplegó un cojonudo trabajo en la Chacra Experimental de Luis Beltrán. Arrancó con una guía de siembras hortícolas; asesoramiento a chacareros sobre sanidad en hortalizas y aplicaciones de herbicidas; introducción de portainjertos y variedades de manzanas y peras; y, difusión informativa respecto al cultivo de especies aromáticas.

En este marco, nadie se quería perder su potencial y en 1988, fue convocado al Ente de Fruticultura, donde llevó a cabo el programa de informaciones a productores, empacadores y profesionales de los Valles Alto y Medio sobre manejo, sanidad, uso de plaguicidas, variedades y portainjertos. También se encargó del calendario de cosecha y avanzó con la introducción de nuevas variedades de peras y manzanas y uvas de mesa. Se transformó en una pieza clave del Programa de Madurez donde intervenían instituciones como la CAFI y organismos provinciales y nacionales.

Su tarea incansable se extendió hasta los primeros años de la década del ’90, con otras actividades novedosas como el aprovechamiento de residuos orgánicos para elaboración de abonos con destino al aprovechamiento agrícola (compost y multiplicación de lombrices californianas); introducción de nogales injertados; asesoramiento en cultivos de frutillas, frambuesas, cerezos y espárragos; y, participación con un trabajo en el Congreso Internacional Frutar 91.

Ya en el final de ese itinerario laboral marcado en gran medida por su amor a la tierra y la producción -no le interesaban los cargos ni el ocasional salario-, puso un freno a sus giras por los Valles y, afincado en General Roca, se concentró en su trabajo de controles fitosanitarios de la fruta de exportación en la aduana de Villa Regina. De esta forma, mi viejo, con un perfil muy bajo, puso su granito de arena al desarrollo del Norte patagónico y, principalmente, los Valles de Río Negro.